Ahora tan sólo,
en este pobre rostro en que te
caes,
he visto el rostro de la niña que
fuiste
y te he sentido varias veces mi
madre.
Me he sentido el hijo de tus
juegos,
del mundo que creabas y esperabas
como un tibio regalo de
cumpleaños.
Y también de los sueños que nunca
confesaste
para que nadie más sufriera por
ellos.
Me he sentido el hijo de tus
primeros gestos de mujer,
esos que también hubieras querido
ocultar y hasta ocultarte,
para abreviar en el mundo la
irrealidad del asombro.
Me he sentido el hijo
de los movimientos que me
preparaban
como a un antepasado de la
muerte,
dibujo obsesionado
por la inserción de sus escamas.
Y te he sentido luego
la circunferencia de mi trébol
pasmado,
el ángulo del compás que se
abría,
el mapa de mis fiebres
confundidas con viajes,
la caracola de mis ecos de
hombre.
Y te he sentido aún más,
te he sentido llegar a ser dos
veces mi madre
para que yo pudiera dejar de
sentirte
y saltar hacia tu dios o hacia
mis manos,
que tal vez no sean mías ni de
nadie.
Y ahora, al remontar mi salto,
para saltar de nuevo
o quizá para aprender a andarlo
paso a paso,
te reencuentro o te encuentro mi
madre,
aunque ya lo seas sólo tuya.
He demorado mucho,
he demorado todas las mujeres
y también todos los hombres,
he demorado el tiempo
interminablemente largo
de la vida interminablemente
breve,
para llegar a ser varias veces tu
hijo.
(a mi madre)
Roberto Juarroz
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