miércoles, 13 de septiembre de 2017

CERVEZA


Sorbo a sorbo, regala otra orilla.
Algo entrevisto en una pantalla de élitros.
Pulpos, agallas, peces batidos, ventosas líquidas
dormidas como salitre en la memoria.
Recuerdos que jamás habrías imaginado tuyos.
El índice, ceremonioso linaje de cangrejo,
como un pañuelo instintivo y discreto
labio a labio borra espuma.
Al frotar dos palabras despierta una llama
y en esa llama reunida como gallo
crepitan lo mismo semillas de ajonjolí
que un hígado etrusco o las Pléyades.
De día dedicarse a la tierra y de noche al cielo.
Parecer un insecto y ser casi un dios.
Que en tus manos todo sea posible.
Luna nueva de marfil, ojos como embudos,
persianas tensadas para que cada músculo ruja,
porque extendidos sobre aldabas,
el jabaü remoto, el venado, el tigre, se sacian
bebiendo sin sobresalto las imágenes más dispares.
Para ser un insecto, ser un dios.
Atrapar deseos en repúblicas de seda
y naufragar entre delfines hasta coronarse en Creta.
Que se dé todo como fruto.
La boda del toro y la reina, la casa sin salida,
el vuelo, la ausencia, la caida,
el caracol enhebrado como la aguja de Penelope.
Ser araña, ser dios, ser tú mismo.
Escapa con abejas y vence con hormigas.
Siembra en lo oscuro y cosecha rocío.
Si pides más espuma, el barman te sirve el Nilo.
Hay plomo de oro, hay alquimia, hay zodiaco.
Las monedas suenan de canto en el mostrador
y luego ruedan sobre arena, enmudecidas.
Surcos prolongados en la humedad como en una fruta
espabilando hexaedros de cera, semillas y enigmas.
Así atraviesan ciudades amuralladas,
espejos, fronteras imprecisas.
Huellas de un hombre que aguardan a ese hombre
que de repente eres tú.
Otra vez eres tú.
Ponle el color al mar.
Bebe.

OCTAVIO ARMAND


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