viernes, 27 de enero de 2017

Luego cambió la luz, y yo de sitio.
Mi padre ya no está donde solía.
La mesa grande y dura,
la mesa de caoba permanece,
y en tanto la presido como puedo
miro soñar en sus recodos mágicos
a mis tres hijos: aun las naves
humean con noticias de la dicha
y arriban cautas a la nieve.
A solas hoy la encuentro en el crepúsculo,
desollada y vacía:
qué de arrugas: de veras está vieja
sin gualdrapas litúrgicas, desnuda,
no es más que cicatrices
aferrándose ciegas a su forma.
Estar así los dos entre lo oscuro,
¿no es acaso entendernos? Quédate,
le digo. Y acaricio
el círculo perfecto que me ignora.


Eliseo Diego

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